-Este
no... este tampoco...-murmuro, mientras paso los números con el
dedo.
-¿Pero
qué haces?-protesta Blanca, poniendo los brazos en jarra-. ¿Es que
tú si tienes el número de Harry?
Me
paro; ahí está: 663516795. Digo el número en voz alta, y se lo
paso a Blanca para que lo vea. Ella lo compara con el de su Whats
App. Su mueca se transforma en una de furia.
-Andrés-digo-.
Es su número-al ver que ella frunce el ceño, añado-: El chico del
Berlín.
-Ah...
ya-la furia ha dejado paso a la decepción.
-Te
ha gastado una broma, si ya decía yo que no podía ser Harry-sacudo
la cabeza, riendo.
Pero
a Blanca no le hace gracia, casi diría que mira la pantalla con
odio, y en el fondo la entiendo; no hace gracia que justo el día que
tus ídolos están en la ciudad-y si además los has visto, peor-,
que estás sensible y te crees todo, te hagan una broma como esta.
-Yo
voy a volver-dice, sobresaltándome.
-¿Qué?
¿A dónde?-parpadeo.
-Pues
al hotel, claro-me responde, como si fuese algo obvio, a la vez que
se encoge de hombros.
Se
dirige a la puerta y va al baño a llenar la botella de agua, que
está vacía. Resoplo, aunque admito que me apetece volver... tal vez
hablemos con alguno más, tal vez...
-¡Adiós!-exclama
Blanca. Está ya en la entrada, y la puerta está abierta de par en
par.
Otra
vez en el andén esperando el metro. Cuando llega el vagón, nos
subimos a toda prisa.
-Oh...
imagínate que nos piden los nombres...-digo.
-...
y que nos empiezan a seguir en Twitter-completa Blanca.
-Y
nos dan dos besos...
-¡Y
un abrazo, muy muy fuerte!
-Y...-voy
a añadir algo, pero ella me interrumpe.
-Y
nos dan sus números de teléfono, y nos vamos a cenar y...-el ruido
del tren al entrar en la estación ahoga su voz.
Salimos
corriendo, empujando a la gente, que nos murmura desaprobatoriamente
a nuestro paso.
-¡Eh!-recuerdo,
cuando subimos por las escaleras-. ¡Esta vez sacamos las pancartas!
Pero
Blanca no contesta... y me doy cuenta de que ha aumentado la
velocidad, y que se pierde ya entre la multitud. Suspirando, me pongo
en marcha para alcanzarla; no me apetece perderme ahora.
Salimos
a la superficie, y lo lamento; aquí hace mucho calor. Me extraña
que Blanca no haya protestado; ella es muy calurosa. Cuando yo me
congelo con chaqueta cuando ella va en tirantes. Se habrá olvidado
por las emociones.
Pienso
en todo lo que nos ha pasado, y lo recuerdo como un sueño, no como
algo real y palpable. Es demasiado perfecto. Lo hemos conseguido,
hemos conocido a Liuis... no lo asimilo, y creo que nunca lo haré.
Genial,
me he vuelto a quedar atrás. ¿Por qué tanta prisa? Todavía no
estarán allí... o eso espero. De pronto me imagino que nosotras
llegamos tarde para verles... y empiezo a correr, angustiada. Alcanzo
a Blanca, jadeando como una loca. Ella tiene algo de asma, pero ahora
parece no afectarle, o lo está ignorando. Yo sólo creo que todo es
un sueño...
Llegamos
al hotel, por segunda vez hoy, qué locura. Hay menos gente, menos
mal. Sin embargo, esta vez estoy más nerviosa, aunque ya haya visto
a uno, no me preguntéis por qué; no lo sé, no es lógico.
Nos
colocamos casi en la puerta del hotel, y eso porque no nos dejan
acercarnos más, que si no ya estaríamos en el cuarto de alguno. Sí,
puede que estemos locas, pero ¿qué se le va a hacer? Al menos lo
admito. Pero estamos locas a nuestra menera, de manera positiva,
estamos locas como Directioners que somos. No se puede explicar
mejor, lo siento mucho.
No
aparto la mirada de la puerta del hotel en la próxima media hora,
aún sabiendo que no saldrán por ahí. Pero mejor mirar a algún
lado que a ninguno, o a todos, como hace Blanca; más facil, para mi
gusto.
Cada
vez que pasa un coche por ahí cerca, Blanca me clava los dedos en el
brazo, hincando las uñas en mi carne, por lo que no dejo de emitir
sonidos a modo de queja, cosa que queda un poco ridícula.
El
tiempo pasa; ya son las cinco, y llegamos a las tres. Varias
Directioners se van; unas, porque piensan que ya no les van a ver,
otras porque los pesados de sus padres les obligan. Ya solo quedamos
nosotras dos y tres o cuatro chicas que juegan a las cartas un poco
más apartadas, y que lanzan miradas nerviosas hacia aquí cada vez
que Blanca o yo pegamos un grito.
Entonces
llega una furgoneta negra, y mi amiga vuelve a apretarme el brazo.
-Ya
basta, ¿no?- protesto, auunque sé que no me escucha.
Entonces
reparo en que los cristales son negros, y mi corazón da un vuelco
antes de empezar a latir desenfrenadamente.
<<Pueden
ser ellos, pueden ser ellos...>>.
Grito,
a la vez que Blanca, como si nos hubiesen programado, y las chicas de
las cartas se levantan de un salto, como movidas por un resorte.
Me
doy cuenta de que estamos dando unos saltos que nos darán pinta de
canguros cachorros, ridículo, ¿verdad? No quiero ni pensar que
dirían nuestros padres si nos viesen así. La hermana de Blanca nos
llevaría al manicomnio sin dudarlo, creyéndose la policía; lo veo.
La
puerta se abre, y unos guardias se acercan.